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Aire

Recibí el correo electrónico a mediados de enero de 2020. El 31 de diciembre de 2019 BlueDot compartió un alarmante informe sobre la propagación de los casos de neumonía en la ciudad de Wuhan (China) que me recordó a la pandemia del SARS de 2002-2004. Eso me llevó a mirar los datos después de que el gobierno chino confirmara el 15 de enero de 2020 que la pandemia, muy similar a la del SARS, se estaba transmitiendo entre seres humanos.

Sólo una semana después, el 9 de enero, se había confirmado y contabilizado la primera muerte. No era la primera vez que consultaba los datos sobre el SARS. En 2003 Johnson & Johnson observó que los consumidores de todo el mundo estaban dejando de comprar sus aerosoles y mezclas aromáticas. Johnson & Johnson nos encargó que investigáramos el futuro del cuidado ambiental. Habían mantenido un debate interno sobre si esto tenía que ver con que “los consumidores quisieran oler otra cosa”, en lugar de las tradicionales fragancias de base floral. Nos encontramos con algo más alarmante y radical: la pandemia del SARS en Asia, un enemigo invisible que se estaba desplazando de país a país y que atacaba la función pulmonar. La primera pandemia directamente relacionada con al aire que respiramos reveló que ese aire está lleno de patógenos, así que es comprensible que lo último que se les pasara por la cabeza a los consumidores fuese camuflarlo con aromas, al margen de su frescura o sus cautivadores perfumes. Era un mecanismo más psicológico que basado en la evidencia, porque los patógenos no desprenden olor, pero nos llevó a colaborar con Johnson & Johnson en la creación de aerosoles antibacterianos, los primeros de su tipo en el sector de los FMCG. La segunda tendencia emergente que descubrimos a escala mundial fue el surgimiento de tratamientos alternativos para mejorar el bienestar y el estado de la salud. La aromaterapia había dado el salto desde los círculos hippies y de la Nueva Era hasta su uso común en algunos países. Los consumidores querían respirar fragancias que pudieran mejorar su salud, hacerles sentir más relajados o de mejor humor. Al cabo de seis meses de trabajo con su equipo de innovación de producto, nacieron los ambientadores eléctricos y, dieciocho meses después, los estaba buscando en un estante de un supermercado del Reino Unido.


Esta pandemia derivará en algunas nuevas gamas de producto que abordarán más directamente los patógenos transmitidos por el aire y las superficies donde aterrizan.

Esta pandemia derivará en algunas nuevas gamas de producto que abordarán más directamente los patógenos transmitidos por el aire y las superficies donde aterrizan. Estoy observando proyectos que utilizan textiles y plásticos repelentes, y también generadores de iones negativos que impiden que el polvo se asiente en las superficies. También cambiará nuestra forma de entrar en casa, de diseñar nuestros pasillos, de recibir a la gente y de movernos por los espacios públicos. El único proyecto que considero apto para el futuro inmediato es mejorar los filtros del aire que circula en los edificios y grandes centros comerciales, las terminales de los aeropuertos y las estaciones de transporte. Se venden filtros industriales a todos los niveles, ya sea para sellar un laboratorio y convertirlo en una sala esterilizada o un quirófano. Si queremos que la gente vuelva al trabajo, al cine o al centro comercial, tendremos que mejorar los filtros. Ahora mismo nadie está dando el primer paso, salvo en Suiza, donde ya en febrero no sólo subieron las ventas de los filtros F9 (calidad del aire óptima) y HEPA H14 (calidad del aire excelente), sino también los pedidos de filtros de carbono (contra olores y compuestos orgánicos) y de lámparas ultravioleta (UVC) que pueden desactivar los microorganismos, encargados por los clientes para sus edificios de oficinas.


Ahora es el momento de concentrarnos en qué tratamiento aplicamos al aire que respiramos e incluirlo en la cartera del IoT inteligente de nuestras casas y ciudades si queremos sobrevivir.
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La forma en que abordemos el origen de la covid-19 nos ayudará a determinar cómo sobreviviremos a ella.

El aire que respiramos se ha convertido en un cosmos de entidades que se asemejan a nuestro microbioma, donde las bacterias —las malas y las buenas— pueden mantener sano nuestro sistema inmune o derivar en un síndrome del intestino irritable u otras enfermedades incurables. Ahora es el momento de concentrarnos en qué tratamiento aplicamos al aire que respiramos e incluirlo en la cartera del IoT inteligente de nuestras casas y ciudades si queremos sobrevivir. Hace casi diez años, cuando estaba trabajando en proyectos de ciudades inteligentes y sus futuros factores humanos —lo que necesitarían las personas para vivir en ellas—, me topé con el factor de la producción de oxígeno en megaciudades de entre veinte y treinta millones de habitantes. Empecé a insistirles a los gobiernos y actores industriales involucrados en el desarrollo de los futuros centros urbanos en que era el oxígeno, y no el transporte, lo que sería una cuestión primordial con la que habría que lidiar. La salud mental pasó a ser el segundo elemento en mi lista a la hora de diseñar paisajes de interacción humana y la idea de que la alienación, la soledad y el estrés son problemas de salud mental derivados de vivir en ciudades grandes y con mucha actividad. Hoy, tengo que añadir los patógenos transmitidos por el aire. Es obvio que, en algún momento, nuestra forma de vivir en este planeta tendrá que cambiar radicalmente si queremos frenar las pandemias que se derivan de nuestra explotación animal a escala industrial o de los mercados donde los animales son mantenidos en unas atroces condiciones de trato e higiene. La forma en que abordemos el origen de la covid-19 nos ayudará a determinar cómo sobreviviremos a ella. Una vacuna será simplemente un parche, una solución de relativo corto plazo para un problema que lleva existiendo una década. #horadeCtrlAltDel